Una vacuna contra los antivacunas

Edward Jenner (1749-1823) fue un médico inglés cuyo trabajo resultó fundamental para erradicar de nuestro planeta una enfermedad. Las consecuencias de esto son notables: nunca más en la historia de la humanidad hubo un solo caso de esa enfermedad. Estoy hablando de la viruela, cuyo último diagnóstico se declaró oficialmente el 26 de octubre de 1977. Eso quiere decir que muchos de los lectores de este blog nacieron después de que la viruela fuera erradicada de este planeta y por lo tanto es probable que jamás hayan oído hablar de esta enfermedad. Para que se hagan una idea: la viruela es una enfermedad grave, muy contagiosa, producida por alguno de los dos tipos de virus Variola. Apareció en las poblaciones humanas hace unos 10.000 años atrás y produjo varias epidemias que resultaron devastadoras. La tasa de mortalidad de la viruela era cercana al 35% y quienes sobrevivían quedaban generalmente desfigurados debido a las pústulas que aparecían abundantemente en la piel. Otras secuelas relativamente frecuentes eran la ceguera o problemas a los huesos.

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Una niña en Bangladesh enferma de viruela (1972)

Nunca existió un tratamiento para la viruela. Lo único que se podía hacer cuando una persona se enfermaba era aislarla y tratar los síntomas. Sin embargo, existía una forma bastante efectiva de protegerse de la enfermedad: una vacuna. Los orígenes de esta vacuna se pueden trazar hasta el siglo XV en China, donde se tomaban pústulas de pacientes con viruela que mostraran casos más leves. De estas pústulas se preparaba un polvo que era aplicado por insuflación nasal a las personas que se quería inmunizar, las que adquirían por lo general una forma menos agresiva de la viruela, después de la cual su sistema inmune desarrollaba un tipo de inmunidad natural contra una segunda infección. Esta metodología –conocida como variolización– llegó posteriormente a Europa, donde era aplicada a través de incisiones en la piel. Los riesgos de la variolización eran bastante altos, ya sea por las infecciones derivadas del proceso y por el riesgo intrínseco que acarreaba la infección por viruela.

En 1765 el médico inglés John Fewster publicó un artículo científico en el que describía como un procedimiento similar a la variolización era muy efectivo para inmunizar humanos cuando se usaban pústulas de vaca infectadas con una enfermedad similar a la viruela humana (llamada viruela bovina o cowpox). La viruela bovina podía transmitirse a los seres humanos, pero causaba síntomas muy leves y no era mortal. Se había descrito que las mujeres que trabajaban en las lecherías ordeñando a las vacas –y que estaban expuestas a la viruela bovina– no contraían la viruela humana: eran inmunes. A partir de 1770 se describieron varios casos de inmunización humana contra la viruela usando esta metodología, bautizada como vacuna por Edward Jenner, quien realizó la primera descripción metodológica del uso de esta técnica. La palabra vacuna deriva del nombre del virus de la viruela bovina, Variolae vaccinae, y fue propuesta más tarde por Louis Pasteur para referirse a todas las formas de preparados usados para inducir inmunidad adquirida contra enfermedades.

Considerando los graves síntomas de la viruela y la forma relativamente fácil que existía para protegerse contra ella, resulta casi incomprensible que junto con la vacuna contra la viruela hayan aparecido los primeros grupos antivacunas, que rechazaban su uso. Entre otras cosas, estos grupos proclamaban que las personas que se aplicaban extractos de vaca en el cuerpo corrían el riesgo de que les salieran vacas por distintas partes del cuerpo o que, en casos más extremos, se convertirían en vacas. 

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«Los maravillosos efectos de la nueva inoculación», caricatura aparecida en un diario de Inglaterra en junio de 1808 y publicada por la Sociedad Anti-Vacunas

También algunos líderes religiosos de la época se manifestaron en contra el uso de las vacunas, ya que era una forma de contradecir la voluntad de Dios. Sin embargo, actualmente la mayoría de las corrientes religiosas apoya la vacunación, incluyendo a los Hinduístas, Budistas, Católicos, Amish, Judios y Musulmanes. La única excepción eran los Testigos de Jehová, los que con el tiempo y a partir de 1990 han mostrado un creciente apoyo a la vacunación. A pesar de esto, en EEUU hay 48 estados que permiten evitar una vacuna obligatoria por razones religiosas (como contraste, solo 20 estados permiten no vacunar por objeciones filosóficas o personales). En un caso reciente, el estado de Nueva York fue demandado por un padre cuyo hijo fue suspendido del colegio por no tener todas sus vacunas. El padre adujo razones religiosas (aunque se declaró Católico Romano) y finalmente perdió el juicio, junto con otras dos familias que también habían presentado la misma demanda.

En el caso de la viruela, se impulsó una campaña mundial de vacunación que finalizó en 1980, cuando la OMS la declaró oficialmente erradicada de nuestro planeta. El último caso registrado de manera natural ocurrió en Somalia en 1977. Sin embargo, hubo un caso adicional en 1978, pero ocurrió debido a un accidente: una cepa del virus se escapó de un laboratorio de virología en el Reino Unido y una fotógrafa que trabajaba ahí –Janet Parker– murió por la infección. La última muerte relacionada con la viruela fue la del científico a cargo del laboratorio desde donde escapó el virus, quien se suicidó.

No vacunar ¿una decisión personal?

Uno de los primeros argumentos de los grupos antivacunas, esgrimido hasta el día de hoy, dice relación con la libertad individual de decidir qué cosa inyectarse en el cuerpo. La lógica es que la vacunación se trata de una decisión personal y por lo tanto puedo objetarla sin más argumentos. Y es desde aquí –partiendo del argumento más recurrente y antiguo de estos grupos– donde se puede observar la profunda ignorancia y arrogancia de su postura. No saben nada de inmunología, epidemiología, química o biología y pretenden dictar cátedra sobre lo que está bien en materia de salud humana. Resulta realmente insólito que estos grupos enarbolen la bandera de las libertades individuales para poner en riesgo la salud de todos nosotros. ¿Debemos oponernos a los grupos antivacunas? Por supuesto, y con gran fuerza. Existe un concepto clave en epidemiología conocido como inmunidad de grupo (o colectiva). Este concepto permite explicar otro de los argumentos usados frecuentemente por los grupos antivacunas, en el que cuentan como un pariente (generalmente una tía o abuela) «nunca se ha vacunado y jamás se ha enfermado«. Vamos, eso no es magia ni buena suerte. Mucho menos quiere decir que las vacunas no son necesarias. Es simple lógica: si en una población la inmensa mayoría de las personas está vacunada contra una enfermedad, las probabilidades de que alguien no vacunado la contraiga es muy baja. Eso es la inmunidad de grupo: la población vacunada le confiere inmunidad indirecta a los no vacunados ya que es muy poco probable (pero no imposible) que una enfermedad se propague en una población en la que la mayoría de los individuos está vacunado. Sin embargo, a medida que más personas dejan de vacunarse, se rompe la inmunidad de grupo. Esto nos afecta a todos y por lo tanto no se trata de una acción con consecuencias individuales.

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Para que la inmunidad de grupo funcione en la contención de epidemias es necesario que la mayor parte de la población esté vacunada.

Es tan así que el gobierno Australiano decidió quitarle beneficios tributarios a los padres de los niños que deciden no vacunar a sus hijos pues ponen en riesgo la salud de la población y generan externalidades (como epidemias) que son costosas para el estado.

¿Son peligrosas las vacunas?

Los grupos antivacunas han usado varias estrategias para instalar la duda en la población con respecto a la seguridad de las vacunas. Una corriente ha usado la falacia del hombre de paja: reducir las vacunas a una mezcla de virus y metales pesados que serán inyectados en los niños. Esto apareció en el muro de Facebook de un grupo antivacunas:

“If you mixed mercury, aluminum phosphate, ammonium sulfate, and formaldehyde with viruses, then got a syringe and injected it into your child, you would be arrested and sent to jail for child endangerment and abuse. Then why is it legal for doctors to do it? And why would you let them? Educate yourself»

En castellano:

» Si mezclas mercurio, fosfato de aluminio, sulfato de amonio y formaldehído con virus y luego tomas una jeringa y lo inyectas en tu hijo, serías arrestado y enviado a la cárcel por negligencia infantil y abuso. Entonces ¿por qué es legal que los médicos lo hagan? ¿por qué los dejarías hacerlo? Edúcate a ti mismo «

Este argumento es de una ignorancia enorme y carece de todo sentido. Sin embargo, el post en Facebook tiene miles de «Like» y un montón de gente encuentra razonable comparar una vacuna a mezclar metales pesados con virus e inyectarlos en un niño. Ciertamente cualquier persona que en su casa mezcle metales pesados con virus y los inyecte en un niño merece ir a la cárcel, pero los vacunas no son eso. Si tratan de hacer un iPhone mezclando los componentes en su casa no obtendrán un iPhone. Si tratan de hacer una vacuna en su casa mezclando los componentes no obtendrán una vacuna. Las vacunas son el día de hoy productos de altísima tecnología desarrollados y elaborados con los estándares más altos de seguridad por profesionales expertos que se han formado durante más de 12 años en química, biología, inmunología e ingeniería. Es ridículo reducir las vacunas a esa parodia de segundo básico. Y hay gente que la compra.

Por otro lado, un grupo no menor de padres ha instalado la creencia de que las vacunas están relacionadas con el autismo, ya que contienen mercurio y el envenenamiento con este metal pesado causaría el autismo. Vamos por partes: efectivamente algunas vacunas (aquellas multidosis) contienen un conservante llamado timerosal (etilmercurio). El timerosal se empezó a usar luego que en 1928 varios niños murieran de una infección causada por la contaminación de una vacuna multidosis. No existe una sola pieza de evidencia científica que sugiera que el timerosal causa autismo. Más aún, todos los estudios retrospectivos que han analizado la incidencia de autismo en los países donde se ha eliminado el timerosal han mostrado que no se modifica la incidencia de autismo. Sin embargo, y en contra de la opinión de varias Sociedades Científicas y del propio Ministerio de Salud, el Congreso de Chile aprobó por unanimidad (85 votos a favor y 5 abstenciones) la eliminación por ley del timerosal de las vacunas, decisión que alteraría todo el plan nacional de vacunación. Esta postura fue impulsada por un grupo de padres (sin formación científica) y una diputada (sin formación científica) y fue aprobada por un congreso que no tiene un cuerpo científico asesor. La noticia fue comentada por el British Medical Journal, donde se destaca que en Chile –a diferencia del Reino Unido– no existe un  cuerpo asesor que examine la evidencia científica, dejando en manos de una votación la decisión de temas técnicos. Finalmente un veto presidencial evitó la promulgación de la ley, algo que ciertamente ha sido bien recibido por la comunidad científica.

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Orgullo nacional

Las vacunas no solo no son peligrosas: son las principales responsables de disminuir los casos fatales de enfermedades para las cuales hemos logrado desarrollar vacunas.

Finalmente, para cerrar el caso, les quiero recordar al personaje «el sombrerero» de Alicia en el País de las Maravillas. Se trataba de un personaje muy excéntrico, inspirado en una frase del idioma inglés que dice «Mad as a hatter» (más loco que un sombrerero). Esta frase popular deriva de varios casos de intoxicación con mercurio ocurridos en Inglaterra entre sombrereros, que usaban mercurio para preparar la felpa de los sombreros. Como pueden ver, los síntomas de intoxicación con mercurio no se parecen a los del autismo.

¿Es peligroso no vacunar?

Sí, absolutamente. Casos para comentar aquí, aquí y aquí. El último de ellos es el más reciente brote de sarampión en EEUU, que comenzó en Disney y que ya ha afectado a 67 personas. De estas, se tiene registro de vacunas para 34 y se encontró que 28 de ellas no habían recibido la vacuna contra el sarampión. Gran triunfo del movimiento antivacunas, que ha logrado hacer resurgir una enfermedad que hasta el año 2.000 se creía erradicada de EEUU. ¿No les parece lindo que la gente empieza a vivir de nuevo como en la Edad Media, muriendo de enfermedades totalmente prevenibles? ¿No les parece razonable que un grupo de padres se sienta con el derecho a decidir que enfermedad erradicada vuelve a enfermar a nuestros hijos?

Es por esta razón que debemos oponernos con fuerza a los grupos antivacunas; grupos que sin evidencia, sin lógica y sin razón pretender poner en riesgo la salud de todos nosotros. Hace 200 años puede que la gente efectivamente haya creído que les podían salir vacas del cuerpo. Hoy la historia es similar, pero ya no son vacas, sino que otras las calamidades anunciadas. Los prejuicios, la arrogancia y la ignorancia son los mismos.

Un trago amargo

Tomar un tiburón grande, descartar las entrañas, el cartílago y la cabeza. Cortar la carne en trozos grandes y lavar en agua corriente para eliminar la sangre y otros fluidos. Cavar un agujero grande en grava gruesa, de preferencia cerca del mar y lejos de la casa habitada más cercana (esto es para asegurarse de que el olor no moleste a nadie). Colocar los trozos de tiburón en el agujero y presionarlos bien juntos. Es mejor hacer esto cuando el clima es más bien tibio, ya que acelera el proceso de curación. Cubrir con más grava y poner piedras pesadas en la parte superior para presionar hacia abajo. Dejar durante 6-7 semanas (en verano) o 2-3 meses (en invierno). Durante este tiempo el líquido se drenará de la carne y el tiburón fermentará. Luego de este tiempo, lavar la carne, colgarla de ganchos y dejar curar por 2-3 meses en la sombra, hasta que se forme una costra café y gruesa. Luego cortar en trozos y comer.

Lo que acaban de leer es una clásica receta de Islandia, el hákarl o rotten shark: tiburón podrido. Quienes lo prueban por primera vez hacen arcadas, lo que no es raro si se tiene en cuenta que es un trozo de carne fermentada que huele y sabe como carne podrida marinada en amoniaco. Es una creación de los vikingos y les permitía comer la carne del tiburón islandés, que es extremadamente tóxica si se come fresca debido a la presencia de urea y óxido de trimetilamina. Muchos países tienen este tipo de platos típicos que saben horrible pero que son muy apreciados por los locales.

No es raro que en comidas menos exóticas que el hákarl aparezcan de pronto sabores que no nos agradan. Entre ellos el sabor amargo es probablemente el más molesto de todos. En general en la naturaleza el mal sabor es una señal para evitar un alimento y, sin embargo, los seres humanos insistimos sistemáticamente en desafiar este instinto. El café, la cerveza y los brócolis son claros ejemplos de esto último. Sin embargo, la clave para explicar la aversión de algunas personas al brócoli podría ir más allá de ser quisquilloso y estar asociada a los genes.

El gen de la amargura

La habilidad para percibir el sabor amargo –y los otros sabores básicos: dulce, salado, ácido y umami– depende de receptores que se encuentran en la lengua. Los receptores son proteínas a las que se unen ciertos compuestos y esto hace que el receptor inicie un impulso nervioso que termina en el cerebro, donde es interpretado como uno de los sabores básicos. En el caso del sabor amargo se han descrito más de 12 genes que codifican para ellos, siendo el más estudiado uno que se llama TAS2R38. Este gen presenta en la población dos variantes importantes: una se llama PAV, está presente en cerca de un 25% de las personas y es responsable de una gran sensibilidad a los compuestos amargos. La gente que tiene en su genoma está variante del receptor del sabor amargo tiene tendencia a evitar las comidas amargas, ya que son hipersensibles a su sabor. Por otro lado, las personas que poseen la variante AVI del receptor TAS2R38 son menos sensibles a él. ¿Podría explicar esta diferencia genética el que algunas personas sean quisquillosas con las verduras? Se diseñó un estudio para evaluar esta hipótesis reclutando a voluntarios a los que se les dio a comer espárragos, repollos (coles) de bruselas y repollo crespo, todas verduras con las que se describen diferencias en su amargor entre las personas PAV (hipersensibles) y AVI (insensibles). A los voluntarios se les midió la sensibilidad a un compuesto sintético llamado propiltiouracilo, que es percibido como muy amargo por los PAV y como muy poco amargo por los AVI. También se les tomó una muestra de sangre para determinar que variante del gen TAS2R38 poseían y durante un año se les hizo un seguimiento para evaluar el consumo total de verduras. Los resultados mostraron que efectivamente quienes llevaban la variantes PAV del gen eran más sensibles al propiltiouracilo, como era esperado. Sin embargo, el resultado más interesante es que el consumo global de vegetales –independiente de su sabor– fue significativamente más alto entre quienes eran menos sensibles al sabor amargo. De hecho, el consumo de verduras fue de unas 200 porciones más al año en este último grupo.

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Izquierda: Diferencias en el consumo total de verduras (barras negras) entre quienes eran insensibles (nontasters) y sensibles (tasters) al propiltiouracilo. Además se muestra el consumo de verduras separados por grupos, dependiendo de la densidad de papilas gustativas (Barras blancas, bajo el promedio; barras rojas, sobre el promedio). Derecha: Mismo datos, pero ahora separados por genotipo (AVI/AVI, insensibles; PAV*, sensibles)

Otra relación interesante se encontró con el número total de papilas gustativas. Estas papilas contienen los receptores para los sabores y se encontró que quienes poseían una mayor densidad de papilas gustativas en la lengua comían más verduras. Los investigadores atribuyen esto a la mayor riqueza sensorial que experimentan al comer quienes poseen más papilas gustativas.

Me asusta (pero me gusta)

Estos resultados son muy interesantes porque ponen de manifiesto los importantes cambios en los hábitos alimenticios que pueden ser desencadenados por las diferencias en la percepción del sabor. Por ejemplo, el consumo de glucosinolatos –una familia de compuestos de sabor amargo presente en algunas verduras– han sido asociado a un menor riesgo de cáncer, por lo que sería bueno fomentar el consumo de verduras que lo contienen. El mismo grupo responsable de estos resultados investigó si era posible enmascarar el sabor amargo de algunas verduras y encontró que el aspartame podía hacerlo, particularmente entre quienes eran hipersensibles (PAV).

No obstante los genes, los seres humanos somos muy adaptables al sabor amargo. Un estudio realizado con una población Aymara de Perú mostró que en este grupo existía una alta sensibilidad por el sabor amargo. Sin embargo, para su agricultura resultaba importante un tipo particular de papa que era bastante amarga, así que les gustaba. Es muy probable que todos hayan odiado la cerveza la primera vez que la probaron, debido a su molesto sabor amargo, y ahora es muy probable que anhelen una buena cerveza helada en estas tardes de calor. Y las mujeres, cuando están embarazadas, se vuelven particularmente sensibles al sabor amargo.

Los científicos están tratando de entender las complejas interacciones entre el sabor amargo y las preferencias en la dieta, pero sin olvidar un aspecto algo más extraño: hay receptores de sabor amargo en el intestino, la nariz, el cerebro y los pulmones. ¿Cuál es el significado biológico de esto? Un estudio encontró que la variante hipersensible del receptor TAS2R38 estaba asociada a una menor incidencia de sinusitis: un compuesto secretado por bacterias era detectado por este receptor en la parte alta del sistema respiratorio, desencadenando una respuesta que tenía efectos antibacterianos.

Existen unos 550 compuestos químicos de sabor amargo y la tendencia es asociarlos a alimentos que podrían resultar tóxicos. En muchos casos es así: glucosinolatos y solaninas –compuestos de sabor amargo producidos de manera natural por muchas plantas– poseen actividad insecticida y pueden resultar tóxicos para los humanos en dosis altas. Sin embargo, durante milenios el hombre ha seleccionado aquellas variedades de plantas menos amargas y por lo tanto menos tóxicas. Por otro lado, estas plantas no pueden defenderse tan bien de los patógenos, ya que producen cantidades insuficientes de estos compuestos insecticidas.

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«Otra muerte producida por el brocoli, la planta más mortífera que existe. Eso es lo que trata de advertirnos con su pésimo sabor.»

De esta forma, es muy probable que los agricultores de la antigüedad hayan usado el sabor como uno de los principales motores del mejoramiento genético, seleccionando aquellas plantas menos amargas. Por ahora es muy poco probable que se intoxiquen comiendo brocoli, el que por otro lado contiene muchos compuestos químicos que podrían resultar beneficiosos para la salud humana. A pesar de lo que digan Los Simpsons.

Cabeza de bacteria

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Como las bacterias pueden influir sobre nuestro cerebro (Ilustración de Benjamin Arthur)

     ¿Cuál es nuestra relación con las bacterias? Una breve encuesta en mi cuenta de Twitter mostró que la palabra “bacteria” evoca en la mayoría de las personas conceptos como “infección”, “enfermedad” o “suciedad” (con algunas notables excepciones, como “yogurt” o “trabajo”). De hecho, existe una infinidad de productos de limpieza que promete eliminar a la mayoría de las bacterias y vivimos en ambientes cada vez mas asépticos. Sin embargo, la mayoría de las personas desconoce un hecho que se podría considerar aterrador en este contexto: en sus cuerpos, por cada célula humana, hay 10 bacterias [1]. Así es, somos una bolsa andante de bacterias.

     Las bacterias en nuestros cuerpos están por todos lados, pero se encuentran principalmente en la piel, la boca y el intestino. Muchas de estas bacterias no son peligrosas, al menos en el lugar donde se encuentran. Es más, cambios en la composición de estas comunidades de bacterias –conocidas también como microbiota– sí pueden desencadenar algunas enfermedades. De esta forma, nuestra relación con las bacterias que viven en nuestros cuerpos es muy importante y puede afectar a nuestra salud.

Bacterias gordas

     Una de las comunidades bacterianas más importantes es la que vive en nuestro intestino. Estas bacterias cumplen importantes funciones, entre las que se encuentra ayudar a la digestión de algunos polisacáridos que de otra forma sería imposible metabolizar por nuestros cuerpos. Estudios recientes han mostrado, por ejemplo, que existen diferencias importantes en la composición de la microbiota del intestino entre personas delgadas y obesas. En efecto, un estudio realizado con gemelos mostró que los que eran delgados tenían una microbiota muy diversa y abundante, mientras que los obesos tenían menos bacterias y de menos tipos [2]. En este punto era imposible saber si la obesidad era la cusa de una microbiota menos diversa o una consecuencia. Para definir este punto se realizó un segundo estudio [3] en el que transplantó la microbiota intestinal de individuos ya sea obesos o delgados en ratones. Esto produjo cambios metabólicos significativos en los ratones y aquellos que recibieron la microbiota de individuos obesos desarrollaron una mayor masa corporal y de tejido adiposo. Estos resultados sugieren fuertemente que la composición de la microbiota intestinal podría ayudar a modular el metabolismo y tener un impacto profundo en la obesidad, la que presenta una gran prevalencia en el mundo occidental. De esta forma, la microbiota del intestino podría tener un papel tremendamente relevante en el desarrollo de obesidad y otras afecciones relacionadas.

     Una de las hipótesis es que una dieta poco saludable –rica en grasas, azúcares y baja en fibra– modifique a la microbiota intestinal y que la nueva composición ayude a consolidar a la obesidad a través de un ajuste metabólico, generando un círculo vicioso. En efecto, se ha encontrado que las ratas que se alimentan con dietas “occidentalizadas” no adquieren la flora intestinal de ratas delgadas cuando comparten la misma jaula.

     Una derivada interesante es la posibilidad de diseñar alimentos probióticos ricos en alguna de las bacterias beneficiosas, aquellas asociadas a una baja masa corporal. Tal idea es muy interesante y factible, aunque evidentemente se anticipa que no será una fórmula mágica para bajar de peso.

Dime como naces…

     En un hecho muy interesante, se ha encontrado una relación entre la vía de nacimiento y la incidencia de algunas enfermedades. Por ejemplo, se ha identificado una correlación entre el nacimiento por cesárea y una mayor incidencia de alergias [4], diabetes de tipo I [5] y un modesto pero significativo aumento en la incidencia de autismo [6]. Particularmente este último caso resultó muy llamativo y en un estudio que se dio a conocer hace un par de meses [7] se encontró que ratones nacidos por cesárea eran más ansiosos y mostraban diversos desórdenes del comportamiento cuando se les comparaba con ratones que habían nacido por parto vaginal. Los investigadores encontraron que existían diferencias en la microbiota intestinal de estos ratones y propusieron que la imposibilidad de exponerse a las bacterias que existen en el canal del parto durante el nacimiento vaginal produzca cambios en la microbiota intestinal y en la salud mental a largo plazo. Un hecho tremendamente relevante para Chile, ya que en nuestro país cerca del 50% de partos son por cesárea, una de las tasas más altas entre países de la OCDE (la OMS estima que la cesárea se justifica como máximo en un 15% de todos los partos).

El eje intestino-cerebro

     Desde hace algún tiempo los neurobiólogos han explorado el posible impacto de la microbiota intestinal en la función del cerebro y como esto podría modular el comportamiento. Por ejemplo, se sabe que al menos dos tipos de bacterias de la microbiota del intestino humano producen GABA (ácido gamma-aminobutírico), un neurotransmisor inhibitorio del sistema nervioso central que está involucrado en depresión, ansiedad y trastornos cardiovasculares [10].

     El vínculo entre la microbiota intestinal y la función del cerebro se conoce como eje intestino-cerebro y ha ganado gran atención en los últimos años. De hecho, en EEUU el año pasado se invirtió más de un millón de dólares en un programa de investigación en esta área, principalmente debido la relación que se ha encontrado entre la microbiota intestinal y diversos desórdenes, incluyendo algunos del comportamiento.

     Un estudio publicado el año 2013 [8] encontró que un modelo de rata que presenta síntomas similares a los del autismo posee menores niveles de bacterias intestinales, particularmente de Bacteroides fragilis. Estas ratas además estaban más estresadas, mostraban un comportamiento antisocial y algunos síntomas gastrointestinales que también se observan de manera frecuente en niños autistas. Si se alimenta a estas ratas con la bacteria Bacteroides fragilis los síntomas se revierten de manera significativa, lo que sugiere una relación de causalidad entre la bacteria y el desorden de comportamiento. Más aún, los investigadores encontraron que en la sangre de estas ratas con desórdenes del comportamiento había mayores niveles de 4-etilfenilsulfato (4-EFS), una sustancia que es producida por algunas bacterias. Al inyectar esta sustancia en ratas control se desencadenaron los mismo síntomas que se habían observado en los ratones con una microbiota disminuida. Es posible que la acumulación de esta sustancia en el intestino solo ocurra en ausencia de Bacteroides fragilis, lo que podría explicar estos resultados.

     El mecanismo de estos efectos, sin embargo, no está para nada claro. Si se alimenta a ratas con 4-EFS no pasa nada, a no ser que tengan fragilidad intestinal. Se cree que esto facilitaría la salida del 4-EFS desde el intestino al torrente sanguíneo. ¿Es posible que estos hallazgos se usen como una posible terapia para alguno de los síntomas del autismo? Los mismos investigadores se muestran escépticos: es muy arriesgado anticipar como estudios de comportamiento en ratas puedan funcionar en humanos. Sin embargo, estos resultados han servido para resaltar el papel de la microbiota en el desarrollo de este tipo de desórdenes. Y han tenido otras consecuencias que pueden ser muy significativas para la ciencia fundamental: investigadores de EEUU estudiaron la microbiota intestinal de ratones de laboratorio que son distribuidos por dos empresas diferentes: los laboratorios Jackson y Harlan. Los investigadores encontraron que los ratones de Harlan presentan una microbiota intestinal más abundante y si se transplanta microbiota intestinal de ratones Harlan a ratones Jackson, estos últimos se muestran menos ansiosos y presentan niveles más bajos de marcadores de estrés en la sangre que los ratones control. Esto podría complicar la interpretación de experimentos de comportamiento cuando se usan ratones que han sido adquiridos a diferentes compañías [9].

     Evidentemente se trata de un área de investigación tremendamente compleja y, además de la microbiota intestinal, el sistema inmune también jugaría un papel importante, así como también el nervio vago (que conecta al cerebro con el sistema digestivo). Es probable que en los próximos años los científicos logren comprender mejor como la microbiota intestinal afecta a nuestras emociones, comportamiento y salud general. Después de todo, andamos acarreando unos dos kilos de bacterias.