The price of the prize

Llegó a mis manos (¡por fin!) el último artículo del grupo de G.E. Séralini (Cytotoxicity on human cells of Cry1Ab and Cry1Ac Bt insecticidal toxins alone or with a glyphosate-based herbicide, J. Appl. Tox.), científico francés que se ha destacado por sus investigaciones que estudian los potenciales efectos nocivos de los cultivos y alimentos transgénicos para la salud animal. El artículo sigue la línea de los anteriores trabajos de Séralini, es decir, carece de controles y los resultados son interpretados de manera antojadiza. Además, todo el texto está lleno de comentarios poco rigurosos, carentes de respaldo científico y plagados errores conceptuales. Trataré de resumir mis principales aprehensiones con este trabajo.

Primero, hay una frase en la Introducción que justifica todo el trabajo y que dice textual “Los ensayos in vitro son frecuentemente recomendados como un primer paso para reemplazar a los modelos animales en los estudios de toxicidad”. Esta frase no está sustentada por ninguna referencia. Es decir, los autores declaran que esta estrategia de reemplazar un modelo animal por otro de células en cultivo sería frecuente y recomendable, pero no hacen mención alguna a la fuente. Lo correcto sería citar a lo menos un caso en el que un modelo animal de alimentación es reemplazado por células en cultivo incubadas con la sustancia a ensayar. Es más, la aplicación de una estrategia reduccionista no se justifica para realizar ensayos toxicológicos con sustancias que serán ingeridas en la dieta y que por lo tanto pasarán por el tracto digestivo. Es como tratar de justificar un ensayo que estudie la toxicidad de la Coca-Cola inyectándola en un embrión de rana y viendo que pasa. Una lógica bastante curiosa y no respaldada por ninguna referencia; es decir, un capricho de los autores para justificar el cambio de modelo, desde ensayos de alimentación en animales (similar a lo que ocurre en la realidad) a otro que utiliza una línea celular derivada de riñón humano (HEK293). Esto es particularmente grave desde el punto de vista de la hipótesis, ya que efectivamente si se han realizado ensayos de bioseguridad con animales (principalmente ratones y pollos) alimentados con estas proteínas y nunca se han detectado defectos consistentes, con asociación dosis-respuesta, en ninguno de los estudios que se han realizado. En resumen, la metodología empleada carece de toda lógica y es, a mi juicio, el peor error de esta publicación.

En la introducción dice, refiriéndose a las plantas transgénicas,  que el 99,9% de las organismos genéticamente modificados pueden ser descritos como plantas que producen pesticidas. Con esta frase se da a entender que las plantas transgénicas tienen la particular propiedad de producir compuestos que pueden ser considerados tóxicos. Nada más alejado de la realidad. En 1990 el destacado investigador Bruce Ames (creador del test de Ames, usado para determinar el potencial carcinogénico de una sustancia) analizó la composición química de diferentes vegetales usados en alimentación humana (lechuga, papa, apio, brócoli, manzana, duraznos, etc.)  determinó que el 99,99% de los pesticidas que una persona ingiere en su dieta corresponde a compuestos que las plantas producen de manera natural (Ames y cols., Proc. Natl. Acad. Sci USA, 1990(87): 7777-81)

En efecto, el metabolismo secundario de las plantas es responsable de la producción de un gran numero de sustancia que actúan como neurotoxinas, irritantes, alucinógenos, sedantes o que producen alergias. Muchas de estas sustancias incluso son consideradas carcinógenas cuando se aplican los ensayos correspondientes. Y nos comemos esas plantas a diario, las que fueron obtenidas por mejoramiento genético convencional y no pasaron por ningún tipo de ensayo de inocuidad alimentaria. Por ejemplo, son comunes los casos de dermatitis por contacto con plantas de apio que producen excesivos niveles de psolareno -un conocido irritante cutáneo- y se sabe que algunas variedades de papas o aquellas que son almacenadas en malas condiciones producen altos niveles de solanina, un glucoalcaloide muy tóxico. Teniendo esto en cuenta, las plantas transgénicas no pueden ser consideradas a priori como más peligrosas desde el punto de vista toxicológico, más aún cuando estas si pasan por ensayos de inocuidad alimenticia, a diferencia de los cultivos obtenidos por mejoramiento convencional.

El texto menciona a la toxina Bt (que corresponde a una familia de proteínas producidas por la bacteria Bacillus thuringiensis y que tienen propiedades insecticidas) pero omite el hecho que se ha usado en la agricultura en los últimos 60 años y que, incluso hoy, es usada como un “pesticida natural” por los agricultores “orgánicos”. Es decir, las toxinas Bt ya eran parte de la dieta humana desde hace varias décadas y no es un elemento nuevo introducido junto con los cultivos transgénicos. Además, los autores declaran que las proteínas Bt usadas son diferentes a las naturales y podrían, por lo tanto, tener actividades diferentes a las naturales. Citan para respaldar esta afirmación un paper del grupo de Seralini que no estudia directamente este punto. Es decir, crean un escenario que cuestiona la bioseguridad de la proteína Bt usada en las plantas transgénicas sin ninguna evidencia directa.

Los autores mencionan luego que, “aunque se dice que las toxinas Bt son seguras, los priones, hormonas y venenos también son proteínas y no son inocuas” Esta afirmación carece de toda lógica, teniendo en cuenta que el pelo y los músculos también son proteínas. Es decir, los autores declaran que sólo por el hecho de ser proteínas, las toxinas Bt son potencialmente peligrosas. Esta afirmación es antojadiza y genera un escenario en el que se cuestiona la bioseguridad de la proteína Bt sin ningún fundamento, solo por su naturaleza molecular. Declaraciones de este tipo no son comunes en la literatura científica convencional y responden más bien a una postura personal y emocional de los autores, no a una declaración científica. Este tipo de comentarios en una publicación científica es sencillamente inadmisible.

El estudio cita un trabajo de investigadores canadienses que detectaron la presencia de las proteínas Bt en la sangre de mujeres, muchas de ellas embarazadas, para justificar el estudio del efecto de las proteínas Bt en células humanas (Aris y Leblanc. Reprod. Toxicol. 2011, 31(4): 528-533). Ese trabajo en particular usa una metodología no estandarizada (test de ELISA) que no es la más apropiada para detectar a las proteínas Bt completas. Prueba de ello es que los resultados del estudio sugieren que las mujereas analizadas debieron haber consumido, en los días previos al estudio, varios kilogramos de hojuelas de maíz, uno de los pocos alimentos para consumo humano que incluyen maíz Bt. En este punto es importante además comentar que los autores parecen haber olvidado completamente citar los estudios que demuestran que las proteínas Bt no se bio-acumulan y son rápidamente degradada en el tracto digestivo (como ejemplo ver Paul y cols., Trans. Res. 19(4) 683-89 y otros trabajos mencionados en las referencias).

Las proteínas utilizadas fueron producidas en bacterias y purificadas desde geles de poliacrilamida. Es común que este tipo de estrategias produzca la contaminación con residuos de los geles de las proteínas purificadas. Para estudiar estos posibles efectos adversos de la preparación, lo que se debería hacer es lo que los científicos llamamos un “control”. En este caso, una proteína cualquiera, que forme parte de la dieta humana, clonada y purificada de la misma manera que las proteínas Bt. Esta proteína debe ser incubada bajo las mismas condiciones con las células HEK293 y comprar los resultados de esta con los de las proteínas Bt. De esta forma, sabremos si los efectos observados corresponden a la acción biológica de las proteínas Bt o a la presencia de contaminantes derivados del proceso de purificación. Sin ese control el experimento no sirve de nada, a la basura. La única proteína que mostró diferencias en la actividad SDH fue Cry1Ab. Se usaron dos preparados diferentes de esta y se presentan los resultados como % de actividad (no se muestran los datos crudos). Se puede ver que para Cry1Ab la actividad oscila en todos los puntos del ensayo, logrando sus valores más bajos en las concentraciones 0,001 ppm (94% de actividad), 10 ppm (91% de actividad) y 100 ppm (89% de actividad). A mi parecer lo peor es la forma de presentar los resultados, ya que el eje Y del gráfico se ha acortado de tal forma que las diferencias observadas parecen groseras, cuando son mínimas y sin relación dosis-respuesta.

Por cierto, medí actividad SDH durante mi tesis doctoral utilizando un método colorimétrico. Usé como controles negativos fracciones mitocondriales hervidas y un inhibidor competitivo de la enzima (TTFA). Controles ausentes en los experimentos mostrados. Por otro lado, la actividad SDH no puede ser considerada como un parámetro de respiración mitocondrial (como alegremente declaran los autores) ya que la succinato deshidrogenasa cataliza la oxidación de succinato a fumarato (y la reducción de ubiquinona a ubiquinol), reacción que forma parte tanto del ciclo del ácido cítrico como de la cadena transportadora de electrones. Lo correcto para determinar respiración mitocondrial es medir consumo de oxígeno (una leída al Lehninger de vez en cuando viene bien).

Parece a lo menos preocupante que un trabajo científico que cita 33 estudios anteriores haga referencia a 10 trabajos que involucran a los autores del presente estudio. Es decir, un tercio de la bibliografía citada corresponde a trabajo anterior de los mismos autores. Hay muchas otras cosas del estudio que me parecen curiosas, como las respuestas binarias observadas (uno debería esperar un efecto dosis-respuesta) o el hecho que se elimine el suero de los ensayos por que el suero impedía ver los efectos que los autores DESEABAN observar.

Para terminar: una joya. Un amigo me contó que el CRIIGEN, el Instituto donde trabaja Séralini, ha publicado la noticia de que G.E. Séralini ha ganado el premio al “Científico Internacional del año 2011” y luce orgulloso el galardón en su página web (http://www.criigen.org/SiteEn/) . Lo que no dice en todo caso es que el premio fue otorgado por el “International Biographical Centre” y que ¡los premios se compran! Luego de esto me merezco el premio al “International Blogger of the Millenium”. Pueden buscar su premio aquí:  http://en.wikipedia.org/wiki/International_Biographical_Centre