Recibo un paquete en mi oficina. Es un gran sobre que viene desde EEUU y que contiene pequeños tubos plásticos. Un post-it amarillo pegado en el sobre me indica que han llegado esta mañana al laboratorio. Mientras reviso el interior del paquete, comienzo distraídamente con uno de los pasatiempos más universales que existen: reventar las burbujas de aire de la envoltura plástica que protege el contenido del sobre. Esta escena, que ocurrió hace unas semanas, tiene 2 elementos que son fruto de la casualidad. La búsqueda de la respuesta a una pregunta que termina por contestar otra.
En 1968, Spencer Silver estaba trabajando para crear un súper pegamento. Se desempeñaba en el departamento de I+D de 3M, una de las compañías más innovadoras de la historia. Silver probó varias fórmulas hasta que, un buen día, dio con una que prometía convertirse en el súper pegamento que andaba buscando. Pero era un fiasco. Nada permanecía pegado al usar este “súper pegamento” y al aplicar el menor esfuerzo se despegaba. Silver había inventado el peor adhesivo conocido, uno que se adhería de manera no permanente.
En 1974, Art Fry, otro científico que trabajaba en I+D de 3M, se encontraba en la iglesia tratando de marcar una página en su libro de himnos con un marcador que se le caía al suelo repetidamente. Pensó en lo bueno que sería contar con un pegamento que le permitiera adherir el marcador a las páginas de su libro de himnos y luego despegarlo sin dañar el papel, para volver a pegarlo en otro lado. Para esto necesitaba un pegamento no muy bueno -como para que no se despegara nunca- pero tampoco tan malo como para que se despegara solo. El pegamento de Silver cumplía con estos requisitos. La idea no tardó en tomar la forma de los populares Post-It, que fueron comercializados por primera vez en 1980. Actualmente, los Post-It son uno de los productos de oficina más populares y vienen en múltiples colores…y son la debilidad de muchos de nosotros. Se usan para marcar páginas de libro, dejar notas…o hacer bromas, como las de la foto.
El otro componente casual de la historia que les cuento tiene un origen aún más bizarro. En 1957, los ingenieros Alfred Fielding y Marc Chavannes estaban tras la creación de un nuevo negocio. Una de sus primeras innovaciones fue sellar 2 forros de cortina de baño juntos. Al hacerlo, quedaron burbujas de aire entre ambas cortinas. La brillante idea de estos ingenieros: venderlo como papel mural decorativo. La idea, por supuesto, fue un completo fracaso. Tratando de encontrar un uso alternativo para su creación (que llamaron SealedAir), Fielding y Chavannes comenzaron a venderlo como material para aislar invernaderos, alcanzando un éxito moderado. Un día, mientras el avión en que Chavannes viajaba descendía para aterrizar, comenzó a atravesar algunas nubes, gordas como algodón. En ese momento Chavannes tuvo una epifanía: usar su SealedAir para proteger cosas frágiles. El primer cliente que usó la envoltura plástica con burbujas para proteger algo fue IBM, que usó el SealedAir (renombrado como Bubble Wrap) para empacar los computadores de las serie 1401. A partir de ese momento el producto fue tremendamente exitoso y hoy en día es usado para proteger cualquier cosa que requiera ser transportada. Además, estas burbujas de aire tienen un uso terapéutico: reventarlas usando los dedos es una de las terapias anti-estrés más baratas y efectivas que existen. Incluso hay una aplicación on line para reventar “burbujas virtuales” (http://www.virtual-bubblewrap.com/bubble-wrap.swf), pero es un sucedáneo que a mi no me convence. Permiso, voy a seguir reventando burbujitas.