El ADN de un crimen

Londres, 1997. Una mujer ha sido brutalmente asesinada y no hay pistas que puedan ayudar a la policía a dar con su o sus asesinos. Sin embargo, tal como las series de televisión nos han enseñado, una pequeña muestra de tejido –una gota de sangre, algo de saliva, algunos cabellos– pueden ser suficientes para lograr la identificación de un culpable o exonerar a un sospechoso a través de la identificación de su ADN.

Los ensayos de ADN en casos de asesinato se hicieron muy populares en 1994 cuando O. J. Simpson –jugador de fútbol americano retirado y actor de cine– fue acusado de asesinar a su esposa y el amante de ella en su casa de Los Ángeles, EEUU. La policía encontró más de 400 manchas de sangre en la escena del crimen y se estableció que esa sangre pertenecía a O. J. Simpson mediante análisis de ADN. Sin embargo, la defensa de Simpson acusó de racismo al departamento de policía de Los Ángeles y sugirió que la evidencia podría haber sido plantada en la escena del crimen. Además, logró poner en duda la confiabilidad de los procedimientos y sugirió que hubo errores de manipulación de las muestras, a pesar de que cinco laboratorios de manera independiente llegaron a los mismos resultados. Finalmente el jurado dio su veredicto: no culpable. Los abogados de Simpson se salieron con la suya.

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O. J. Simpson en la portada de Newsweek y Time. El caso fue muy comentado en EEUU.

En otras ocasiones, los ensayos de ADN han servido para fines más nobles. En EEUU existe el ‘Innocence Project’, una organización que se dedica a exculpar a personas injustamente encarceladas a través de la identificación de ADN y su contraste con las evidencias biológicas halladas en la escena del crimen. En la inmensa mayoría de los casos se trata de personas que han sido erróneamente identificadas por las propias víctimas o por terceros. Parte importante de estos errores se han producido porque en los tribunales de justicia una de las formas de evidencia más sólida que existe es el testimonio de los testigos. Algo que contrasta bastante con lo que ocurre con la actividad científica, en donde el solo testimonio de un testigo (“yo vi esto, tienes que creerme”) no tiene ningún valor. Hasta la fecha, 316 personas han sido exculpadas de manera oficial gracias al ‘Innocence Project’, la primera de ellas en 1989.

Volviendo al asesinato en Londres, la policía decide tomar varias muestras de las uñas del cadáver. Las víctimas de crímenes violentos en ocasiones logran rasguñar a sus agresores mientras tratan de impedir un ataque, por lo que quedan muestras de tejido que pueden servir para identificar a un posible agresor. La policía recibe los resultados de los análisis de ADN realizados a las uñas de la víctima y tienen una identificación positiva. Se trata del ADN de otra mujer, la posible asesina. Sin embargo, se topan con un problema imprevisto: la sospechosa fue asesinada dos semanas antes que su supuesta víctima.

touchDNA050813No es la primera vez que los resultados de los ensayos de ADN producen confusión. En Europa, una serie de más de 40 asesinatos cometidos en Alemania, Austria y Francia entre 1993 y 2009 fueron atribuidos a una misteriosa asesina en serie. El caso se conoció con el nombre de “El fantasma de Heilbronn” o “La mujer sin rostro”. Una compleja investigación logró descubrir en 2009 que el ADN identificado en las escenas de los crímenes estaba presente como contaminación en las varillas de algodón usadas para tomar las muestras. Una mujer en la fábrica que hacía esas varillas era la dueña de ese ADN.

En el caso de Londres se decide hacer una revisión completa al proceso de toma de muestras. Se descubre que a ambas mujeres –la supuesta asesina y la víctima– se les tomaron las muestras en la misma morgue. Finalmente, un verdadero culpable: las tijeras usadas para cortar las uñas estaban contaminadas con ADN de al menos tres personas, incluyendo el de la supuesta asesina, a pesar que eran limpiadas entre cada procedimiento. Este hecho sirvió para modificar el protocolo de toma de muestras: ahora todo el material utilizado debe ser desechable y debe ser incluido como evidencia.

A medida que las técnicas de detección de ADN se vuelven más sofisticadas, resulta claro que la presencia de un ADN en la escena de un crimen no puede ser la única evidencia para inculpar. Después de todo, vamos dejando nuestros rastros moleculares por donde sea que pasemos. Y eso puede incluir la escena de un futuro crimen.